Isla del sol (Bolivia)

2 horas de viaje en lancha, y llego a la Isla del Sol. Visito la parte arqueológica. Luego, hacia el sur en la misma embarcación, que por muy pocos segundos parte sin mis compañeras de viaje. En esta región de la Isla del Sol nos separamos, partiendo ellas hacia Copacabana mientras yo visito el Templo del Sol, en compañía de una francesa que fue otro maravilloso encuentro de esta semana. Ella me presenta un hostel maravilloso desde donde puedo divisar las estrellas, en una de las noches más bonitas que he visto en la vida. Comprendo un poco el origen de las leyendas locales sobre el origen de la humanidad. "Venimos de allá arriba", dicen. Pienso que la cosmogonía de los moradores ancestrales fue construida mirando hacia un cielo más cercano a la tierra que en ninguna otra parte en la que haya estado, y me sintonizo con toda esa energía.

Al día siguiente me despido transitoriamente de Chani (planeamos encontrarnos en Puno o Arequipa), y emprendo ruta hacia el norte. En el camino me encuentro con un peaje. No puede ser que existan límites al interior de la isla. Pese a que les comunico mi tristeza, no logro provocar en ellas ninguna reacción. "Para sostener la escuela", dicen. Puede ser cierto, pero en todo caso este es un lugar que, aunque se inició en el turismo hacia 2001 -según me cuentan-, ya está muy contaminado por las ideas inherentes a la cosificación de lo natural. Los niños, por ejemplo, siempre están pidiendo caramelos o dinero, e intentan ofrecer servicios para obtenerlos.

De todas formas el camino es hermoso, y me permite un desvío para intentar inmersión en el Titicaca, en una de las pocas regiones accesibles que encuentro bastante limpias, por efecto, creo, de la cantidad de piedras que conforman el suelo.  El agua es hermosa. La superficie se fracciona como en forma de panal multicolor... Pareciera que miro a través de un caleidoscopio. Y en el fondo, hermosas piedras de muchos colores y texturas. Primero meto los piecitos, con las chanclas especiales para caminar sobre ese piso. Luego con mucha lentitud, las pantorrillas, las rodillas, los muslos.. Cuando después de un rato de aclimatación sumerjo el abdomen, siento nuevamente lo hélida que está el agua. Pero después de un rato, ya no siento ese frío. Quiero quedarme. No es solo una sumergidita como pensé; son varias.

Después de agradecer a la Mamacocha, se sentirla, de aprender a soportar el agua fría gracias a una meditación que pasa por contemplar con tranquilidad un paisaje de lago inmenso-casi mar, de montañas, de bosques verdes y de nevados, havbiendo sumergido incluso varias veces la cabeza, intentando irme pero trastabillando para regresar al agua, siento una gran cantidad de electricidad en ella. Miro hacia abajo y me descalzo. También las piedras que llevo como recuerdo conservan esa energía.

Sigo caminando, con la ropa aún mojada. Llego a un poblado en la cima, al cual me lleva unos escalones de piedra. Es la plaza, donde se desarrolla una asamblea. Hay hombres sentados en un muro en el fondo. En la manga que cubre el centro de la plaza hay cholitas tejiendo. También hay una hilera de sillas, donde están sentados 8 hombres y donde hay 2 sillas vacías. Más al fondo, a la entrada de lo que parecería la iglesia (sin cruz ni adornos), hay muchas más cholitas, así como a mi lado. Me llama la atención la cantidad de mujeres que veo, de diferentes edades. La palabra en aymara, otorgada por un secretario general, rueda por todos lados sin importar lo alejados que están unos grupos de otros. A veces lo que alguno dice provoca reacciones entre los asistentes. Las cholitas discuten entre ellas, manifestando indignación o apoyo. Es el mediodía. Los niños juegan alrededor de la plaza, y continúo camino.


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