QUEBRADA DE "EL CONDORITO" (Córdoba, Argentina)

Sábado en la mñana. Salimos rumbo a la Quebrada de El Condorito. En la cabaña de ingreso al parque nos aclararán el trayecto, de unas 7 horas en total. Comenzamos a caminar y al instante me siento en una caminata con Don Juan Matus. El paisaje árido, pero no carente de vegetación, me recuerda un poco los paisajes que mentalmente dibujé para la acción en los libros de Carlos Castaneda. El camino zigzaguea así entre manojos de pasto amarillento. A lo lejos, se observan montañas de curvas suaves, y todo tiene ese color tranquilo de la ausencia de tiempo invernal. Después de unas horas de caminata, el paisaje se vuelve más agreste, y comenzamos a caminar entre árboles. Así llegamos hasta un puentecillo de tablas (no apto para automóviles) y al toque descubro que es una quebrada preciosa lo que hay allí abajo, una quebrada con enormes piedras de un gris particular, algunas de ellas con espuma. Más cerca advierto que sobre el río flotan lonjas de hielo, y que en algunos sitios hay congelamiento de la superficie. Incluso, aquello que me pareció espuma adquiere más visibilidad y se revela como hielo, congelamiento de las rocas.

Después de un intento de chapuzón del novio de F, continuamos el ascenso, este más empinado, por escalones que me recuerdan al camino del inca, en un trayecto con una duración aproximada de 45 min, y que logro sortear resoplando, con la lengua afuera. Pero al llegar al balcón sur, es evidente que valió la pena el esfuerzo, tal y como nos lo advirtieran otros caminantes poco antes de llegar a la cumbre de la montañita. Verdaderamente, los cóndores pasan muy cerca, y cuando me adelanto un poco más hacia arriba, desde donde he visto entrar estas aves a mi campo visual, entiendo que ese será uno de los momentos más hermosos del viaje que he iniciado.

A mi lado está el compañero de camino, con quien venía sosteniendo una interesante conversación sobre la ciencia, la concciencia, la percepciòn, sobre Gurdieff y ecoaldeas. Me anuncia lo que leeré en la Insoportable levedad el ser, , y prefiguro por qué se me encamina con tanta ceremonia hacia este libro. Lo insonsable , el vacío, tiene su encanto también en conjunción con el deseo. Tanto repele y causa miedo como atrapa. Pero dejarse caer no tiene que relacionarse necesariamente con el tema de la muerte. Tener la tranquilidad del cóndor, que, supongo, planea guiado por el conocmiento y el querer, dirige su vuelo pero a la vez se deja llevar por las corrientes de viento. Ser como el cóndor, que contempla el majestuoso paisaje que me nutre, planeando en el abismo, dejarse guiar en y sobre él con la confianza de que no será arrastrado hasta sitios indeseados, ni encaminado demasiado a la base del cañón, ni estrellado contra un peñasco...

Y luego, cuando nos acomodamos para comer, puedo acercarme más a la visión del sentir del cóndor, al menos lo suficiente para permitirme imaginarme cóndor. Comemos, y uno tras otro, los cóndores comienzan a describir sus círculos justo encima nuestro. Planean tan cerca, que si me paro y alzo mi mano podría tocar su cuerpo. Son inmensos estos animales, y antes que sentirlos inocentes e inofensivos, me siento intimidada, con respeto, pues me sé en su territorio. Es curioso que cuando pasen por encima o al lado nuestro, dirijan sus cabezas hacia nosotros. Nos miran y todos lo sabemos. Nos sentimos observados, pero sin miedo, aunque sean ya varios los gigantes alrededor. 2. 3.5...hasta 7 cóndores encima nuestro, ya más alto. Es tan sublime todo ello, que no podrè creer que me haya podido tocar a mí: Dice uno de mis compañeros de viaje que vino 2 o 3 veces antes y nunca los vio tan cerca.

El regreso es hermoso, porque los colores del atardecer son cálidos y suaves, pese a que comienza a enfriar.  El viento frío me obliga a mirar hacia abajo, y por eso el último tramo de regreso es para buscar piedrecillas, que son incluso objeto de una apuesta: cuarzo u otra especie, piedralumbre para Colombia . Hermosas piedras terracotas son pisadas allí y acá y algunas son recogidas como lo saben hacer el amigo Juli o la amiga F, que me permitió este regalo. Y ya en el carro, vemos estrellas antes de llegar a Carlos Paz. es un cielo tan plagado de estrellas- incluida el trazo de polvo lácteo- que es una fortuna el olor extraño en el auto a gas, excusa que secunda a la de que hemos visto un ovni, para detenernos a un lado de la vía y mirar hacia el cielo. Y la noche termina con invitación a cerveza, pizza y empanada, así como con una deuda de fernet de menta para la noche del domingo porque la piedralumbre resultó ser un cuarzo.

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